El relato de hoy no tiene nada de divertido, de hecho es prácticamente una copia de una terrible desgracia actual.
El lunes 1º de Diciembre de 1980 (y recuerdo perfectamente que era un Lunes) un niño de 7 años se subió a un techo de aproximadamente 7 metros y debido a descuidos propios de la edad terminó pisando la claraboya que permitía el ingreso de luz al patio central de una (ya en ese año) antigua vivienda. El peso fue demasiado y el vidrio terminó cediendo.
La caída le provocó un par de lesiones “leves” en los brazos y (lo que si fue sumamente grave y peligroso) un corte de aproximadamente 11 cm es uno de sus brazos. Esto provocó una perdida de sangre que hubiera sido mortal si su madre no lo hubiera llevado en forma increíblemente veloz a un hospital para realizarle las urgentes cirugías necesarias. Este corte generó una perdida total del movimiento en 2 dedos de su mano izquierda.
Hoy casi 30 años después, ese niño está contándoles el cuento mediante este medio. Dos operaciones, microcirugía en el brazo izquierdo, varios meses de yeso y rehabilitación lograron que no quedaran secuelas de esa mañana del verano de 1980 (más allá de una cicatriz con unos 70 puntos de sutura)
Este 4 de octubre cuando observé una noticia prácticamente idéntica con la lamentable diferencia de que el niño no logró sobrevivir, muchísimos recuerdos volvieron a mi mente. (http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_121588_1.html)
Actualmente con una hija pequeña, mis aventuras de la juventud me hacen ser muchas veces estricto, molesto, casi imbancable (podría decirse), con el tema de la seguridad y las precauciones.
Hoy más que nunca prefiero que mi hija se enoje conmigo, pero que en lo personal yo no tenga que sufrir el dolor de saber que por no haber tenido tal o cual precaución pudo sufrir algún accidente grave o fatal.
Yo soy un ejemplo de que por mas cuidados que se tenga, igualmente los niños encuentran la forma de hacer cosas que terminan siendo tremendamente peligrosas. Sin embargo no voy a colaborar con mi propia inacción.
Escribo esto por dos motivos, primero como una forma de catarsis ante este hecho que indudablemente me afectó y segundo para que entiendan (y de alguien que fue protagonista directo) que ninguna precaución es poca, que poner redes o rejas en las ventanas de los edificios no es ser paranoico, es una obligación que tenemos como padres. Que tapar los enchufes y explicarle a nuestros hijos con conceptos claros y concretos de los peligros que nos rodean, es la única forma de que nuestros hijos puedan vivir sanos y felices.
Aclaro que nada tengo que criticarle a mi madre, el accidente se dio en un contexto donde toda la culpa fue mía, y de hecho muchas veces cuando mi madre me hace enojar por alguna cosa, mi cerebro viaja e imagina lo que debe haber sentido viendo a su hijo tirado sobre un charco de sangre rodeado de vidrios a su alrededor; en esos momentos mi enojo por alguna tontería automáticamente baja.
Solo puedo agradecerle a ella por su valentía y entereza para no quedar congelada y haberme salvado la vida.
Reitero, ninguna precaución es mucha y si nuestros hijos se enojan con nosotros por limitarlos en algunas locuras … no interesa, el tiempo hará que algún día cuando escriban en Internet, tengan el mejor de los recuerdos sobre esas limitaciones.
2 comentarios:
Muy buena tu entrada y también me hizo pensar mucho. Hoy por hoy como maestra, día a día enfrento muchos peligros y más aún cuando estás en una escuela de un barrio muy complicado desde lo social y muy transitado donde siquiera existe un tejido que delimite la escuela; en los recreos parezco una loca cuando una pelota se va para la calle, cuando hay gente que no es de la escuela o simplemente con el solo hecho de que inocentemente pueden escaparse al almacén de en frente a comprar la merienda;todo esto se vuelve más complicado aún cuando nos aventuramos a una salida didáctica!!! las medidas de seguridad se toman todas las posibles creemos pertinentes, pero el miedo y el riesgo siguen siempre presentes...
Un fuerte abrazo querido Andrew
Que grande Andres yo opino lo mismo, de chico hacia cualquiera fui muy temerario hasta muy adolescente, hice locuras de todo tipo. Hoy me pone de los pelos pensar en el peligro que corri, pienso en mis hijos y entro en un dilema...
Esta historia me hizo acordar una vez que estabamos con un amigo de la epoca de la niñez pasando de techo en techo por la cuadra de su casa, en eso corrimos una claraboya y habia una mujer gorda cagando!!, miro para arriba y gritó, nosotros nos asustamos y salimos corriendo y cuando llegamos al techo de la casa de mi amigo saltamos al patio!!! no nos lastimamos por surte y de casualidad.
Un abrazo
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